lunes, 10 de agosto de 2020

SOY MÁS VIEJO QUE EL BOLÍGRAFO. Gustavo Romera Marcos.

MIS PERLAS LITERARIAS 79
04-08-2020

SOY MÁS VIEJO QUE EL BOLÍGRAFO

Pertenezco a la camada escolar que vivió de primera mano la gran liberación manuscrita que supuso la llegada del bolígrafo a Moratalla. Me explicaré con ironía pero con hechos completamente ciertos.

Recuerdo escribir en la escuela de don Miguel, en la calle Prim, en 1961 o 62, con aquellos palilleros de plumines recambiables que tenías que mojar en los tinteros incrustados, no sé cómo, en los pupitres dobles. Tinteros que el propio maestro recargaba con una tinta, siempre azul, que él mismo fabricaba diluyendo en agua unas pastillas de “fuchina”.

Para que se me entienda, escribir "Moratalla" suponía tener que mojar -Mo…- tres o cuatro veces -ra…- escurriendo la tinta sobrante -ta…- en el borde del tintero, lla… ¡ya!; con el agravante de no poder cambiar el ángulo del plumín porque caía un borrón de tinta y vuelta a empezar si querías un escrito decente. El obligado ángulo de inclinación también impedía hacer líneas curvas, y no digamos círculos completos, que debías dibujar con el plumín fijo girando el papel con la otra mano. Y con el problema añadido de que la tinta fresca se corría con tanta facilidad que había que usar el papel secante antes de levantar la hoja porque, de lo contrario, las palabras empezaban a llorar por la ley de la gravedad; y el apenado escritor, por la gravedad de dicha ley, para su desdicha.

Ya existían las plumas estilográficas pero eran tan caras y frágiles que, como las medicinas, había que mantenerlas fuera del alcance de los niños, pero no por riesgo de los niños sino de las propias estilográficas. Ahora que caigo, en las medicinas no se dice nada del alcance de las niñas, y algún padre metódico lo va a tomar al pie de la letra y puede pasar cualquier desgracia, ¡Dios no lo quiera!

Pero llegó la noticia de un gran invento a prueba de niñas y niños: Una cosa con la punta como un lápiz pero metálica; con la tinta dentro de una tripa para no tener que mojar nunca jamás; que no echaba borrones; y que, además, permitía escribir en todas direcciones. El !BOLÍGRAFO! Era algo tan increíble que no podía ser cierto, pero vaya si lo fue. Escribir “Moratalla” de un tirón era un descubrimiento semejante al de Colón, salvadas las distancias entre nuestro pueblo y las Indias.

Los primeros bolígrafos, BIC, transparentes hasta la mitad y con capuchón metálico dorado, no eran un objeto lujoso en sí pero sí un artículo de lujo, hasta tal punto que sus privilegiados dueños no se lo dejaban a nadie porque bajaba alarmantemente el nivel de la transparente y valiosa tripa. Costaban nada menos que un duro, o cinco pesetas de entonces, pero un jornal valía nada más que cinco duros y los bolígrafos eran muy duros para hincarles el diente en aquellos años tan hambrientos.

Quién no haya mojado en un tintero los antiguos plumines no puede comprender el verdadero valor de un bolígrafo porque ahora, aunque los bolis se regalen, no son un regalo sino un reclamo publicitario. ¡Cómo cambia el mundo!, mayormente el de la escritura, porque ahora ese maravilloso invento está destinado a la vitrina de un museo, arrinconado por la escritura digital, a la que no se le gasta la tinta porque no gasta de eso, pero sí gasta electricidad y se le puede gastar la batería... ¡Los inventos cambian pero el gasto sigue!

P.D. Cuando pienso en escritores como Lope de Vega (autor de unas 1500 comedias, unos 3000 sonetos, varias novelas y epopeyas, y cientos de poemas… moja que te moja en un tintero una pluma verdadera de ganso o de cisne…) se me pone la carne de gallina sin plumas. ¡Qué no hubiera escrito este insigne polígrafo si hubiera conocido el bolígrafo!


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