miércoles, 6 de mayo de 2020

"La perla". John Steinbeck

MIS PERLAS LITERARIAS 21
13-04-2020
Mi perla de hoy lo es por partida doble ya que va referida a una de mis novelas preferidas, “LA PERLA” de John Steinbeck. Por motivos de espacio, me he quedado con dos fragmentos del primer capítulo. En el primero, un escorpión pica a Coyotito, hijo de Juana y Kino, un matrimonio indígena de pobres pescadores. Y, en el segundo, su llegada a la casa del doctor, acompañados por todos sus vecinos.
(…)Fue un instante en que dirigieron sus miradas a la cuna, y entonces ambos se quedaron rígidos. Por la cuerda que sostenía el lecho infantil en la pared un escorpión descendía lentamente. Su venenosa cola estaba extendida tras él pero podía encogerla en un segundo. La respiración de Kino se hizo silbante y tuvo que abrir la boca para impedirlo. Su expresión había perdido el aire de sorpresa y su cuerpo ya no estaba rígido. A su cerebro acudía una nueva canción, la Canción del Mal, la música del enemigo, una melodía salvaje, secreta, peligrosa, bajo la cual la Canción Familiar parecía llorar y lamentarse. El escorpión seguía bajando por la cuerda hacia el pequeño. En su interior, Juana repetía una vieja fórmula mágica para guardarse del peligro, y, más audible, un Avemaría entre dientes. Pero Kino se movía ya. Su cuerpo atravesaba el cuarto suave y silenciosamente. Llevaba las manos extendidas, las palmas hacia abajo, y. tenía puestos los ojos en el escorpión. Bajo éste, Coyotito reía y levantaba la mano para cogerlo. La sensación de peligro llegó al bicho cuando Kino estaba casi a su alcance. Se detuvo, su cola se levantó lentamente sobre su cabeza y la garra curva de su extremo surgió reluciente. Kino estaba absolutamente inmóvil. Oía el susurro mágico de Juana y la música cruel del enemigo. No podía moverse hasta que lo hiciera el escorpión, consciente ya de la muerte que se le acercaba. La mano de Kino se adelantaba muy despacio, y la cola venenosa seguía alzándose. En aquel momento Coyotito, riéndose, sacudió la cuerda y el escorpión cayó. La mano de Kino había saltado a cogerlo, pero pasó frente a sus dedos, cayó sobre el hombro de la criatura y descargó su ponzoña. Al momento Kino lo había cogido entre sus manos, aplastándolo. Lo tiró al suelo y empezó a golpearlo con el puño, mientras Coyotito lloraba de dolor. Kino siguió golpeando al enemigo hasta que no fue más que una mancha húmeda en el polvo.
(…)

La apresurada procesión llegó por fin a la gran verja de la casa del doctor. Oían allí también el jugueteo del agua, el canto de los pájaros y el ruido de escobas sobre las losas de las avenidas sombreadas. Y olían también el tocino frito en la cocina del doctor. Kino vaciló un momento. Este doctor no era compatriota suyo. Este doctor era de una raza que casi durante cuatrocientos años había despreciado la raza de Kino, llenándola de terror, de modo que el indígena se acercó a la puerta lleno de humildad y como siempre que se acercaba a un miembro de aquella casta, Kino se sentía débil, asustado y furioso a la vez. La ira y el terror se mezclaban en él. Le sería más fácil matar al doctor que hablarle, pues los de la estirpe del doctor hablaban a los compatriotas de Kino como si fueran simples bestias de carga. Cuando levantó su mano derecha para coger el aldabón de la verja la rabia se había apoderado de él, en sus oídos sonaba intensamente la música del enemigo y sus labios se contraían fuertemente sobre sus dientes; pero con la mano izquierda se quitaba el sombrero. El metálico aldabón resonó contra la verja. Kino acabó de destocarse y esperó. Coyotito gemía en brazos de Juana, que le hablaba dulcemente. La procesión se apiñó más para ver y oír más de cerca. Al cabo de un momento la gran verja se abrió unas pulgadas. Kino pudo ver el verde frescor del jardín y los juegos del agua en la fuente. El hombre que lo miraba era de su propia raza. Kino le habló en la lengua ancestral: -Mi pequeño, mi primogénito, ha sido envenenado por un escorpión. Necesita que lo curen.
La verja se cerró un poco y el criado se negó o emplear el viejo idioma.
(…)
-¿Qué hay? -preguntó el doctor.
-Un indio con una criatura. Dice que le ha picado un escorpión. El doctor bajó la taza con cuidado antes de dejar su ira en libertad.
-¿No tengo nada que hacer más que curar mordeduras de insectos a los indios? Soy un doctor, no un veterinario.
-Sí, patrón.
-¿Tiene dinero?
-No, nunca tienen dinero.
-Yo, sólo yo en el mundo tengo que trabajar por nada, y estoy harto ya. ¡Ve a ver si tiene dinero!
El criado entreabrió la verja un poquito y miró a los que esperaban. Esta vez habló en el antiguo idioma.
-Tenéis dinero para pagar el tratamiento?
Kino hurgó en algún escondite secreto debajo de su manta y sacó un papel muy doblado. Pliegue a pliegue fue desdoblándolo, hasta que al fin aparecieron ocho perlas deformes, feas y grisáceas como úlceras, aplastadas y casi sin valor. El criado cogió el papel y volvió a cerrar la puerta, pero esta vez no tardó en reaparecer. Abrió la verja el espacio suficiente para devolver el papel.
-El doctor ha salido -explicó-. Lo han llamado desde un caserío.
Y cerró apresuradamente. Una ola de vergüenza recorrió todo el grupo. Se separaron. Los mendigos volvieron a los escalones de la iglesia, los curiosos huyeron, los vecinos se apartaron para no ver la vergüenza de Kino. Durante largo rato Kino permaneció frente a la verja con Juana a su lado. Lentamente devolvió a su cabeza el sombrero de peticionario. Y entonces, impulsivo, golpeó la verja con el puño. Bajó la mirada y contempló casi con asombro sus nudillos despellejados y la sangre que corría por entre sus dedos.

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