MIS PERLAS LITERARIAS 24
19-04-2020
Comprobado que os gustan las “piruetas” literarias, hoy me referiré a un pasaje de “Niebla”, una de las novelas de Unamuno, que él llamaba “nivolas” parodiando a quienes le reprochaban no respetar las reglas de este género.
En el capítulo 31, Augusto, el protagonista, decide ir a la casa del propio autor, es decir, don Miguel de Unamuno, para comunicarle su deseo de suicidarse.
Me ha quedado un poco extenso a pesar de la buena poda -marcada con (…)- pero ahí va:
Cuando me anunciaron su visita sonreí enigmáticamente y le mandé pasar a mi despacho-librería. Entró en él como un fantasma, miró a un retrato mío al óleo que allí preside a los libros de mi librería, y a una seña mía se sentó, frente a mí.
(…)
-¡Parece mentira! -repetía-, ¡parece mentira! A no verlo no lo creería… No sé si estoy despierto o soñando…
-Ni despierto ni soñando -le contesté.
-No me lo explico… no me lo explico -añadió-; mas puesto que usted parece saber sobre mí tanto como sé yo mismo, acaso adivine mi propósito…
-Sí -le dije-, tú -y recalqué este tú con un tono autoritario-, tú, abrumado por tus desgracias, has concebido la diabólica idea de suicidarte (….)
-Es que… es que… -balbuceó.
-Es que tú no puedes suicidarte, aunque lo quieras.
-¿Cómo? -exclamó al verse de tal modo negado y contradicho.
-Sí. Para que uno se pueda matar a sí mismo, ¿qué es menester? -le pregunté.
-Que tenga valor para hacerlo -me contestó.
-No -le dije-, ¡que esté vivo!
-¡Desde luego!
-¡Y tú no estás vivo!
-¿Cómo que no estoy vivo?, ¿es que me he muerto? -y empezó, sin darse clara cuenta de lo que hacía, a palparse a sí mismo. (…)
-Pues bien; la verdad es, querido Augusto -le dije con la más dulce de mis voces-, que no puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco muerto, porque no existes…
-¿Cómo que no existo?
-No, no existes más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto.
Al oír esto, (…) mirándome con una sonrisa en los ojos, me dijo lentamente:
-Mire usted bien, don Miguel… no sea que esté usted equivocado y que ocurra precisamente todo lo contrario de lo que usted se cree y me dice.
-Y ¿qué es lo contrario? -le pregunté alarmado de verle recobrar vida propia.
-No sea, mi querido don Miguel -añadió-, que sea usted y no yo el ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo, ni muerto… No sea que usted no pase de ser un pretexto para que mi historia llegue al mundo…
(…)
-Y vamos a ver, ¿qué opina usted de mi suicidio?
-Pues opino que como tú no existes más que en mi fantasía, te lo repito, y como no debes ni puedes hacer sino lo que a mí me dé la gana, y como no me da la real gana de que te suicides, no te suicidarás. ¡Lo dicho!
(…)
-E insisto -añadió- en que aun concedido que usted me haya dado el ser y un ser ficticio, no puede usted, así como así y porque sí, porque le dé la real gana, como dice, impedirme que me suicide.
-¡Bueno, basta!, ¡basta! -exclamé dando un puñetazo en la camilla- ¡cállate!, ¡no quiero oír más impertinencias… ! ¡Y de una criatura mía! Y como ya me tienes harto y además no sé ya qué hacer de ti, decido ahora mismo no ya que no te suicides, sino matarte yo. ¡Vas a morir, pues, pero pronto! ¡Muy pronto!
-¿Cómo? -exclamó Augusto sobresaltado-, ¿que me va usted a dejar morir, a hacerme morir, a matarme?
-¡Sí, voy a hacer que mueras!
-¡Ah, eso nunca!, ¡nunca!, ¡nunca! -gritó.
-¡Ah! -le dije mirándole con lástima y rabia-. ¿Conque estabas dispuesto a matarte y no quieres que yo te mate? ¿Conque ibas a quitarte la vida y te resistes a que te la quite yo?
-Sí, no es lo mismo…
(…)
-Pero ¡por Dios!… -exclamó Augusto, ya suplicante y de miedo tembloroso y pálido.
-No hay Dios que valga. ¡Te morirás!
(…)
-¡Don Miguel, por Dios, quiero vivir, quiero ser yo!
-¡No puede ser, pobre Augusto -le dije cogiéndole una mano y levantándole-, no puede ser! Lo tengo ya escrito y es irrevocable; no puedes vivir más. No sé qué hacer ya de ti. Dios, cuando no sabe qué hacer de nosotros, nos mata. (…)
-Pero… por Dios… -No hay pero ni Dios que valgan. ¡Vete!
-¿Conque no, eh? -me dijo-, ¿conque no? (…) ¿conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, ¡también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de que salió… ! ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos, todos, todos sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo que yo! Se morirán todos, todos, todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como vosotros, nivolesco lo mismo que vosotros. Porque usted, mi creador, mi don Miguel,
no es usted más que otro ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo, que Augusto Pérez, que su víctima…
-¿Víctima? -exclamé.
-¡Víctima, sí! ¡Crearme para dejarme morir!, ¡usted también se morirá! El que crea se crea y el que se crea se muere. ¡Morirá usted, don Miguel, morirá usted, y morirán todos los que me piensen! ¡A morir, pues! Este supremo esfuerzo de pasión de vida, de ansia de inmortalidad, le dejó extenuado al pobre Augusto.
Y le empujé a la puerta, por la que salió cabizbajo. Luego se tanteó como si dudase ya de su propia existencia. Yo me enjugué una lágrima furtiva.
P.D. El desenlace se produce en los dos capítulos que restan pero no seré yo quien os prive del disfrute de leerlos sin anestesia previa…
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